En el cálculo político de las pasadas elecciones presidenciales, Andrés Manuel López Obrador estimó que sería una contienda más cerrada de lo que finalmente fue. Seguro no anticipó que su triunfo sería arrollador e indiscutible. Sabía que su victoria tenía que ser clara para disipar la sombra de un nuevo fraude. En ese contexto, AMLO optó por el pragmatismo y tejió asociaciones en todo el país con personajes de impresentables.
Las alianzas que evitó en sus dos intentos anteriores por alcanzar la silla presidencial fueron en esta ocasión una constante que se repitió en muchos estados. Viejos caciques priistas, ex panistas de reciclado y demás mafias locales se unieron al proyecto de López Obrador. Hidalgo no fue la excepción.
A pesar de las inconformidades y advertencias, el proyecto de Morena encontró en el Grupo Universidad, encabezado por Gerardo Sosa Castelán, a su aliado local. Los recursos y la fuerza operativa de los trabajadores de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) fue una oferta lo suficiente seductora. Enfrentar a una maquinaria electoral tan bien aceitada como la del priismo hidalguense requería cualquier ayuda posible y AMLO cerró el acuerdo con los acérrimos enemigos del Grupo Hidalgo en las instalaciones del CEUNI a cuatro meses de los comicios. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, pareció ser la lógica de tal decisión.
Al morenismo hidalguense no le gustó nada la noticia. AMLO ignoró los perfiles naturales de su propio partido y entregó candidaturas por montones al sosismo. Hoy sabemos que el Movimiento de Regeneración Nacional arrasó también en Hidalgo, al obtener siete de siete diputaciones federales, las dos senadurías y 17 de 18 diputaciones locales en elección directa. Más de la mitad de todas ellas fueron a parar a manos de los aliados incómodos.
La holgada victoria de Morena en el todo el país gracias al arrastre de su candidato presidencial señala que la alianza era innecesaria, el resultado hubiera sido prácticamente el mismo sin ese acuerdo. Un mal negocio.
Es conocido el voraz apetito de poder del Grupo Universidad. Para nadie son un secreto sus feroces métodos, su falta de lealtad y su irrefrenable tendencia a la traición. El sosismo, que vio su primera luz en el PRI y del cual salió tras una lucha intestina contra Manuel Ángel Núñez Soto y Miguel Ángel Osorio Chong, ha pasado por el PAN, Movimiento Ciudadano y ahora aterrizó en Morena.
Con la mayoría de los diputados morenistas dentro del Grupo Universidad y con cada vez más cuadros ‘universitarios’ dentro del partido guinda y blanco, el sosismo está ya enquistado en el partido de López Obrador.
Se están comiendo a sus rivales internos y haciendo sus propias alianzas. Al presidente estatal de Morena, Abraham Mendoza, se le vio al lado de Damián Sosa, hermano de Gerardo, durante en la Feria Universitaria del Libro. Al expriista y neomorenista Canek Vázquez, alfil de Manilo Fabio Beltrones en Hidalgo, se le ve cada vez más cerca del sosismo. Los morenistas de origen ya son minoría y es poca la resistencia que pueden oponer.
El Grupo Universidad ya se adueñó de Morena en Hidalgo. Vendrá la elección de gobernador y no se ve quién pueda hacerles frente. Qué caro pagará Morena esta alianza cuando el sosismo comience a comportarse como su historia lo indica.