’Y los blancos no ven a Dios hasta que mueren...
Yo lo veo en la semilla cuando nace, cuando seca, cae y vuelve a mí florecida, como un chote, que sana mi oído. Lo veo en los Capullos de jilinjoche con la luna dormida... Inti duerme, y la Chasca, un árbol de estrellas verdes, que iluminan mi camino.
Y los blancos no ven a Dios hasta que mueren. Yo lo veo en las aguas bravas cuando azota y en las mansas cuando abraza. Lo veo como lluvia, y lo escucho como trueno, es el hijo de Mamá Quilla, el de la brisa que moja mi pelo largo y negro.
Y a veces se esconde como PÁJARO barranquero, y a veces se convierte de Quetzal a Cóndor, de Cóndor a Quetzal. Yo veo a Dios y lo respiro, y su Espíritu entra como calmo invierno en mis pulmones, yo Veo a Huiracocha en la selva vertirse de verde olivo...
Y la gran abuela Ayaguasca camina conmigo, y sana, mi espíritu, limpia mis pies con lodo, cambia mi corazón de carne por uno humano. Y escucha con mil ojos, el mugido del toro que intercede ante ella, por todos los animales del mundo.
Y los blancos no ven a Dios hasta que mueren. PERO él, camina CONMIGO desde que nazco, muero y renazco’
Magda Bello
(Premio Internacional de poesía Rubén Darío, 2018)
Poema en homenaje a nuestros ancestros, hoy 9 de agosto Día Internacional de los Pueblos Indígenas.
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